Poemas de Carlos Pellicer Cámara.
1.- Estudio.
La sandia pintada de prisa contaba siempre los escandalosos amaneceres, de mi señora la aurora.
Las piñas saludaban el medio día y la sed de grito amarillo se endulzaba en doradas melodías, las uvas eran gotas enormes de una tinta esencial, y en la penumbra de sus vinos bíblicos, crecía suavemente su tacto de cristal.
¡ Estamos tan contentas de ser así ¡ dijeron las peras frias y cinceladas, las manzanas oyeron estrofas persas cuando vieron llegar a las granadas; las que usamos ropa interior de seda; dijo una soberbia guanábana.
Pareció de repente que los muebles crujían, pero ¡ si es mas el ruido que las nueces¡ dijeron los silenciosos chicozapotes, llenos de cosas de mujeres, salían de sus eses redondas las naranjas.
Desde un cuchillo de obdisidiana, reia el sol la escena de las frutas.
Y la ventana abierta hacia entrar la montaña con los pequeños viajes de sus rutas.
2.-El canto del Usumacinta (Fragmentos).
De aquel hondo tumulto de rocas primitivas, abriéndose paso entre sombras incendiadas, arrancándose harapos de los gritos de nadie, huyendo de los altos desórdenes de abajo, con el cuchillo de la luz entre los dientes, y así sonriente y límpida, brotó el agua.
Y era la desnudez corriendo sola surgida de su clara multitud, que aflojó las amarras de sus piernas brillantes y en el primer remanso puso la cara azul.
El agua, con el agua a la cintura, dejaba a sus adioses nuevas piedras de olvido, y era como el rumor de una escultura que tapó con las manos sus aéreos oídos.
Agua de las primeras aguas, tan remota, que al recordarla tiemblan los helechos cuando la mano de la orilla frota la soledad de los antiguos trechos.
Y el agua crece y habla y participa. Sácala del torrente animador, tiempo que la tormenta fertiliza; el agua pide espacio agricultor.
Pudrió el tiempo los años que en las selvas pululan. Yo era un gran árbol tropical. En mi cabeza tuve pájaros, sobre mis piernas un jaguar.
Junto a mí tramaba la noche el complot de la soledad. Por mi estatura derrumbaba el cielo la casa grande de la tempestad.
En mí se han amado las fuerzas de origen: el fuego y el aire, la tierra y el mar. Y éste es el canto del Usumacinta que viene de muy allá y al que acompañan, desde hace siglos, dando la vida, el Lakantún y el Lakanjá. Ay, las hermosas palabras, que sí se van, que no se irán!
En una jornada de millones de años partió el gran río la serranía en dos. Y en remolinos de sombrío júbilo creó el festival de su frutal furor. Los manteles de su mesa son más anchos que el horizonte. Pedid, y no acabaréis. En el cielo de toda su noche, una alegría planetaria nos hace languidecer. Ésta es la parte del mundo en que el piso se sigue construyendo. Los que allí nacimos tenemos una idea propia de lo que es el alma y de lo que es el cuerpo. Se me vuelven tiendas de campo los pulmones, cuando pienso en este río tropical, y así en mi sangre se pudre la vida de tanto ser energía en soledad antigua o en presente caudal.
Cuando me llega el ruido de hachazos de la palabra Izankanak, me abunda el alma hasta salirme a los ojos y oigo el plumaje golpe de un águila herida por el huracán. Un mundo vegetal que trabaja cien horas diarias, me ha visto pasar en pos de la noche y del alba.
Mirando el río de aquellas tardes junté las manos para beberlo. Por mi garganta pasaba un ave, pasaba el cielo. Mirando el río di poca sombra: todo era mío. Todas pintadas, jamás extintas, son estas aguas, río de monos, Usumacinta. En tu grandeza con esplendores reconfortaste savia y tristeza. Te descubrí, y en ese instante tras un diamante solté un rubí. de asombro existo, preclara cosa sangre dichosa de haberte visto.
Robé a tu geografía su riqueza continua de solemne alegría. El que tumbe así el árbol de que estoy hecho va a encontrar tus rumores entre mi pecho. Y es un cantar a cántaros, y es la nube de pájaros y es tu lodo botánico. En las sombras históricas de tu destino cien ciudades murieron en tu camino. Atadas de pies y manos están esas ciudades. Entre una jauría de árboles desmanes se moduló la sílaba final de esas edades.
Los hombres de un tiempo del río la frente se hacían en talud; y el resplandor terrestre de sus avíos les dio una honda gracia de juventud. Sonreían con las manos como alguien que ha podido tocar la luz.
Eres el agua grande de mi tierra. La tremenda dinámica del ocio tropical. El hombre en ti es ahora la piedra que habla entre el reino animal y el reino vegetal. Por el hueco de un árbol podrido pasa el verde silencio del quetzal. Es una rama póstuma. Es la inocencia deslumbrante que nada tiene que declarar. La sapientísima serpiente, lo llevó un día sobre su frente cenital. ¿En dónde está mi corazón partido en dos por una flecha? La garza blanca vuela, vuela como una fecha sobre un campo de concentración.
3.- Cuatro cantos en mi tierra. (fragmentos)
Tabasco en sangre madura y en mi su poder sangró. Agua y tierra el sol se jura; y en nubarrón de espesura la joven tierra surgió.
Tus hidrógenos caminos a toda voz transité y en tu oxígeno silbé mis pulmones campesinos.
A puños sembré mi vida de tu fuerza vendaval que azúcar cañaveral espolvorea en la huida.
El tiempo total verdea y el espacio quema y brilla. El agua mete la quilla y de monte amar sondea.
Pedacería de espejo. La selva, encerrada, ulula. Casi por cada reflejo pájaro que se modula.
Más agua que tierra. Aguaje para prolongar la sed. La tierra vive a merced del agua que suba o baje.
Cuando la selva repasa su abecedario animal,relámpago vertebral de caoba a cedro pasa.
Flota de isletas fluviales varó en flor la soledad. Son de todo eternidad y de nada temporales.
El mediodía tajado de algún fruto tropical tiene un sabor de cristal sonoramente mojado.
Hay en la noche un instante de vida, que si durara, húmeda la muerte alzara cual un terrible diamante.
Y a veces en la ribera es tan fina la mañana que la sonrisa primera todo el día nos hermana.
Tiempo de Tabasco; en hondo suspiro te gozo así. Contigo, cerca de mí, tiempo de morir escondo.
Arde en Tabasco la vida de tal suerte, que la muerte vive por morir hendida, de un gran hachazo de vida que da, sin querer, la suerte.
El agua es laguna o río. Un espejo se quebró.
Por todos lados miró la desnudez del estío.
Con el agua a la rodilla vive Tabasco. Así dama de abril a octubre la flama que hace callar toda arcilla.
Si por boca de la selva largó la verdad su grito, miente el silencio infinito del agua que el agua envuelva.
Llueve lejos, por la sierra. Llueve a tambor y clarín. Toro del agua, festín corre por toda la tierra.
Joven terrón cuaternario, por tu cuerpo de aluvión sangra el verde corazón de tu enorme pecho agrario.
Lo que muere y lo que vive junto al agua vive y muere. Si en lluvia el cielo así quiere moje su noche en aljibe.
Más agua que tierra. Aguaje para prolongar la sed. La tierra vive a merced del agua que suba o baje.
Brillan los laguneríos; en la tarde tropical actitud de garza real torna el aire de los ríos
La noche en lluvia y batracio retiñe el nocturno verde y al otro día se muerde verde el verde del espacio.
Agua de Tabasco vengo y agua de Tabasco voy. De agua hermosa es mi abolengo;
y es por eso que aquí estoy dichoso con lo que tengo.
4.- Fragmento.
El pueblo olvidado, pagina en blanco; nacimiento y muerte
Y son tantas las flores que tiene el pueblo entre sus manos,
Que el pasado, es, presente y futuro, en todos los colores del noviazgo.
5.- Segunda intención para una oda tropical (fragmentos).
LA SELVA, gran verdad con tanto engaño. Es una realidad empedernida. Todo es igual, se suicida la brújula. Se niega la entrada al sol. Flores y pájaros llevan en la garganta una penumbra que acontece en el alma de las cosas cuando el hombre... Integridad de un material esbelto. Lo verde está en el tiempo, en la textura de los estados de ánimo del bosque. Lo verde es un incendio que destruye las oportunidades de la aurora. Lo verde es la verdad, la deplorable verdad de tantos verdes, la conjura de la verde verdad que oculta el sueño, lo irresponsable del secreto oculto. El verde es un color hospitalario: en tanto más oscuro, más humano. En la lenta explosión del mediodía la luz hace del trópico un Sebastián sangrante. Entre la súplica de los atardeceres, el verde es tinta china, es la luz refugiada en lo más negro, edificada silenciosamente por la vegetación en libertad. Con las manos arrodilladas acato el primer paso de la Noche. Y en la humilde soberbia que da el cielo con la sabiduría en las estrellas, entro en la noche como nada limpio, en un claro del bosque, abandonado. Y aquí estoy con el timbre de otra voz que tuve cuando el viento fue mi cuerpo. Se siembra en mi garganta una semilla
Fragmentos de jaguar muerto de sed como una luz jamás amanecida. En tanta realidad el sueño crea la muerte de las cosas. Una noche huracán, el relámpago, jaguar instantáneo que saltó sobre el mundo, da luz y en la sombra del rugido se estremece el desorden de la selva.
El problema del bosque es exceso de vida. Ya no hay donde poner nada. Hay pequeñas libélulas azules que hacen de ciertas flores una lágrima. Las flores solidarias de los pájaros en el vuelo impalpable de la inmovilidad. Y hay olores que son gusanos transparentes con sonido.
Como nunca es de noche ni de día, el tiempo es medio tiempo. Hay voces que lo llaman a uno sin motivo. Voces parecidas a otras voces que uno escuchó siguiendo una lectura.
La tierra está debajo de la tierra y más abajo el tiempo que ignora a veces lo que está pasando. Abre una flor sin que lo sepa nadie y así, no existe el tiempo.
En la selva uno se pregunta: "¿Y yo qué carajos hago aquí si no hay adonde ir? Uno dice sí, para negarlo todo".
Sólo en ciegas parálisis, los hongos, intocables esculturas se solidarizan con los miguelángeles. En inmovilizados cuartos de hora se proyectan las grandes destrucciones. ¡Ay de los grandes árboles cuando el rayo volatiliza las torres de la atmósfera!
Yo recuerdo mis manos inútiles entre aquel verdor cósmico que piensa huir bajo el abismo hostil que a nada escucha. Lo animal se oculta pavorosamente y uno es vegetación desesperada. El venero es azul consigo mismo, el infinito azul de los orígenes, que morirán azules algún día. El bosque estremecido da la vida a tanto corazón de muerte palpitante. Y hay que empezar de nuevo la aventura enraizada y la guirnalda festival del aire.
Cuando después de siglos de enseñanza se derrumba una ceiba, el boquete de sol que se construye crea opiniones sobre la existencia. Tanta sabiduría a la intemperie es una inmensa desnudez de sangre. En medio de la selva se habla con la mirada a media voz.
Uno quisiera collares musicales, flor en los ojos, fruta abierta nasal, cierto sabor de olvido del pantano y lo mucho y lo poco tan desconocido. El gran imperio de la clorofila resiste siglos milenarios con el ejemplo de ínclitos insectos. En tiempo de aguas, hábiles telarañas de perfumes languidecen el sueño de los árboles más viriles. Hay serpientes como joyas prohibidas que no se atreven a ofrecer manzanas a tanta y endiablada desnudez. Y a tanta soledad la habladuría de todos los idiomas de la noche. La noche que habla sola para olvidar el día. Y el día que no sabe de la noche más que el paso de rumores escondidos.
Lo que antes fuera religioso esfuerzo, laboratorio de manos floridas, habitación de sombras inalcanzables, rincón donde la luz nunca fue vista, pero sí adorada, cumbre piramidal, cielo a la mano de inteligencias húmedas de cielo; lugares predilectos de la Nada que a todo ha dado vida; alcobas en que el sueño está despierto sin que nadie lo vea; la piedra que tocó la noche antigua de las memorias inolvidables está asaltada por la selva, a los lados, adentro, por encima; la paciencia implacable que se pudre pero retoña y sigue retoñando. Lo que fue población de jeroglíficos, pavorosamente vacío. Muertos los constructores, recuperó la selva sus espacios, izando su victoria sobre ruinas.
Entre esos árboles me reconozco, yo, animador de íntimas catástrofes. Aquí el hombre desnudo se enfloró la cabeza con las plumas más lindas de los aires. En su pecho y sus pulsos,
los jades a la selva lo asociaban, y un cinturón con caída central ocultaba su sexo. La suntuosa elegancia de los mayas le dio a la selva un porvenir eterno. Desnudo y enjoyado, ese hombre nos asombra. El cielo de los números embelleció por justa la cuenta de sus días. Las ideas fueron esculpidas para congratularse con la aurora. Tabasco y el cacao: bebemos Xokol-ja, en todos los pueblos del planeta. Se desgranaba la sabiduría como una lluvia de luces antiguas entre los ojos de aquellos cerebros. El maya fue el grande hombre de la selva.
Un colibrí en la flor de su premura saquea en un instante la gota de un tesoro. La selva tiene su propio cielo movedizo: se pudre en ella la apoteosis de las más solitarias soledades. Lo verde que se pudre sin tristeza y hace el color que nunca se había visto.
En la seda desnuda de las aguas, dejó el tiempo una flor inolvidable. Palpita en mí, con su soberanía, el bosque, hijo del agua y de la luz. Creo que en cualquier parte del poema esto que estoy diciendo soy yo mismo. Yo, desollado, rejuvenecido, cada vez que los días dan la hora. De las raíces sube hasta mis ojos el vigor permanente de la ausencia.
Y en noches luminosas, la brisa huésped de la madrugada agita con la yema de sus dedos el verdeoro caudal de aquellas plumas, retoño volador del árbol muerto.
6.-Recinto (fragmentos).
Que se cierre esa puerta que no me deja estar a solas con tus besos. Que se cierre esa puerta por donde campos, sol y rosas quieren vernos. Esa puerta por donde la cal azul de los pilares entra a mirar como niños maliciosos la timidez de nuestras dos caricias que no se dan porque la puerta, abierta...
Por razones serenas pasamos largo tiempo a puerta abierta. Y arriesgado es besarse y oprimirse las manos, ni siquiera mirarse demasiado, ni siquiera callar en buena lid...
Pero en la noche la puerta se echa encima de sí misma y se cierra tan ciega y claramente, que nos sentimos ya, tú y yo, en campo abierto escogiendo caricias como joyas ocultas en las noches con jardines puestos en las rodillas de los montes, pero solos, tú y yo.
La mórbida penumbra enlaza nuestros cuerpos y saquea mi ternura tesoro, la fuerza de mis brazos que te agobian tan dulcemente, el gran beso insaciable que se bebe a sí mismo y en su espacio redime lo pequeño de ilímites distancias...
Dichosa puerta que nos acompañas, cerrada, en nuestra dicha. Tu obstrucción es la liberación de estas dos cárceles; la escapatoria de las dos pisadas idénticas que saltan a la nube de la que se regresa en la mañana.
Yo acaricio el paisaje, oh adorada persona que oíste mis poemas y que ahora tu cabeza reclinas en mi brazo. Hornea el mediodía sus colores, labrados panes para el ojo que comulga con ruedas de molino. 10, 15, 20, 30, las parcelas opinan sobre el verde, sin agriarse; y los poblados, vida y ropa limpia sacan al sol. Caminos campesinos suben sin rumbo fijo, a holgar, al cerro.
El aire tiembla a nuestros pies. Yo tengo tu cabeza en mi pecho. Todo cuaja la transparencia enorme de un silencio panorámico, terso, apoyado en el pálido deliro de besar tus mejillas en silencio.
Vida, ten piedad de nuestra inmensa dicha. De este amor cuya órbita concilia la estatuaria fugaz de día y noche. Este amor cuyos juegos son desnudo espejo reflector de aguas intactas. Oh, persona sedienta que del brote de una mirada suspendiste el aire del poema, la música riachuelo que te ciñe del fino torso a los serenos ojos para robarse el fuego de tu cuerpo y entibiar las rodillas del remanso. Vida, ten piedad del amor en cuyo orden somos los capiteles coronados. Este amor que ascendimos y doblamos para ocultar lo oculto que ocultamos. Tenso viso de seda del horizonte labio de la ausencia, brilla. Salgo a mirar el valle y en un monte pongo los ojos donde tú a esas horas pasas junto a recuerdos y rocío
Tú eres más que mis ojos porque ves lo que en mis ojos llevo de tu vida. Y así camino ciego de mí mismo iluminado por mis ojos que arden con el fuego de ti.
Tú eres más que mi oído porque escuchas lo que en mi oído llevo de tu voz. Y así camino sordo de mí mismo lleno de las ternuras de tu acento. ¡La sola voz de ti!
Tú eres más que mi olfato porque hueles lo que mi olfato lleva de tu olor. Y así voy ignorando el propio aroma, emanando tus ámbitos perfumes, pronto huerto de ti.
Tú eres más que mi lengua porque gustas lo que en mi lengua llevo de ti sólo, y así voy insensible a mis sabores saboreando el deleite de los tuyos, sólo sabor de ti.
Tú eres más que mi tacto porque en mí tu caricia acaricias y desbordas. Y así toco en mi cuerpo la delicia de tus manos quemadas por las mías.
Yo solamente soy el vivo espejo de tus sentidos. La fidelidad del lago en la garganta del volcán.
Yo leía poemas y tú estabas tan cerca de mi voz que poesía era nuestra unidad y el verso apenas la pulsación remota de la carne. Yo leía poemas de tu amor y la belleza de los infinitos instantes, la imperante sutileza del tiempo coronado, las imágenes cogidas de camino con el aire de tu voz junto a mí, nos fueron envolviendo en la espiral de una indecible y alta y flor ternura en cuyas ondas últimas —primera—, tembló tu llanto humilde y silencioso y la pausa fue así. —¡Con qué dulzura besé tu rostro y te junté a mi pecho! Nunca mis labios fueron tan sumisos, nunca mi corazón fue más eterno, nunca mi vida fue más justa y clara. Y estuvimos así, sin una sola palabra que apedreara aquel silencio. Escuchando los dos la propia música cuya embriaguez domina sin un solo ademán que algo destruya, en una piedra excelsa de quietud cuya espaciosa solidez afirma el luminoso vuelo, las inmóviles quietudes que en las pausas del amor una lágrima sola cambia el cielo de los ojos del valle y una nube pone sordina al coro del paisaje y el alma va cayendo en el abismo del deleite sin fin.
Cuando vuelva a leerte esos poemas ¿me eclipsarás de nuevo con tu lágrima?
Ya nada tengo yo que sea mío: mi voz y mi silencio son ya tuyos y los dones sutiles y la gloria de la resurreccion de la ceniza por las derrotas de otros días. La nube que me das en el agua de tu mano es la sed que he deseado en todo estío, la abrasadora desnudez de junio, el sueño que dejaba pensativas mis manos en la frente del horizonte... Gracias por los cielos de indiferencia y tierras de amargura que tanto y mucho fueron. Gracias por las desesperaciones, soledades. Ahora me gobiernas por las manos que saben oprimir las claras mías. Por la voz que me nombra con el nombre sin nombre... Por las ávidas miradas que el inefable modo sólo tienen. Al fin tengo tu voz por el acento de saber responder a quien me llama y me dice tu nombre mientras en los pinares se oye el viento y el sol quiere ser negro entre las ramas.
La primera tristeza ha llegado. Tus ojos fueron indiferentes a los míos. Tus manos no estrecharon mis manos. Yo te besé y tu rostro era la piedra seca de las alturas vírgenes. Tus labios encerraron en su prisión inútil mi primera amargura. En vano tu cabeza puse en mi hombro y en vano besé tus ojos. Eras el oasis cruel que envenenó sus aguas y enloqueció a la sed.
Y se fue levantando del horizonte una nube. Su tez morena voló a color. De nuevo fue oscureciendo el tono de los días de antes. Yo abandoné tu rostro y mis manos ausentaron las tuyas. Mi voz se hizo silencio. Era el silencio horrible de los frutos podridos. Oí que en mi garganta tropezó la derrota con las piedras fatales. Yo me cubrí los ojos para no ver mis lágrimas que huían hacia mí. Luego tú me besaste, dijiste algo. Yo oía llorar mis propias lágrimas en el primer silencio de la primer tristeza. El alma de ese día llegó de lejos —tu alma— y se quedó en mi pecho.
Ya no sé caminar sino hacia ti. La rosa de caminos de tu ausencia alerta en mí el aroma del retorno y la palabra oculta de su ciencia. Oigo mi nombre en ti, soy tu presencia.
Qué harás? ¿En qué momento tus ojos pensarán en mis caricias? ¿Y frente a cuáles cosas, de repente, dejarás, en silencio, una sonrisa? Y si en la calle hallas mi boca triste en otra gente, ¿la seguirás? ¿Qué harás si en los comercios —semejanzas— algo de mí encuentras? ¿Qué harás? ¿Y si en el campo un grupo de palmeras o un grupo de palomas o uno de figuras vieras?
¿Habrá en tu corazón el buen latido? ¿Cómo será el acento de tu paso? Tu carta trae el perfume predilecto. Yo la beso y la aspiro. En el rápido drama de un suspiro la alcoba se encamina hacia otro aspecto. ¿Qué harás?
Los versos tienen ya los ojos fijos. La actitud se prolonga. De las manos caen papel y lápiz. Infinito es el recuerdo. Se oyen en el campo las cosas de la noche. —Una vez te hallé en el tranvía y no me viste. —Atravesando un bosque ambos lloramos. —Hay dos sitios malditos en la ciudad. ¿Me diste tu dirección la noche del infierno? —...y yo creí morirme mirándote llorar. Yo soy... Y me sacude el viento. ¿Qué harás?
¿Dónde pondré el oído que no escuche mi propia voz llamarte? ¿Y dónde no escuchar este silencio que te aleja espaciosamente triste? Yo camino las horas presenciadas por los dos, en nosotros. Sé del fruto maduro de las voces en campos de septiembre. Sé de la noche esbelta y tan desnuda que nuestros cuerpos eran uno solo. Sé del silencio ante la gente oscura, de callar este amor que es de otro modo. Mientras llueve la ausencia yo liberto la esclavitud de carne y sola el alma cuelga en los aires su águila amorosa que las nubes pacíficas igualan.
Hoy que has vuelto, los dos hemos callado, y sólo nuestros ojos pensamientos alumbraron la dulce oscuridad de estar juntos y no decirse nada. Sólo las manos se estrecharon tanto como rompiendo el hierro de la ausencia. ¡Si una nube eclipsara nuestras vidas! Deja en mi corazón las voces nuevas, el asalto clarísimo, presente, de tu persona sobre los paisajes que hay en mí para el aire de tu vida.
Amor, toma mi vida, pues soy tuyo desde ayer más que ayer y más que siempre, La voz tendida hacia tus voces mueve los instantes de flor a hacerse fruto. Ya el aire nuevo su cantar se puso, ya caminos por ágil intemperie con la desnuda invitación nos tiende las manos del encuentro que ambas juro. Amor, toma mi vida y dame el ansia tuya, de ti y eterna; ven y cambia mi voz que pasa, en corazón sin tiempo. Manos de ayer, de hoy y de mañana libren a la cadena de los sueños de herrumbre realidad que, mucha, mata.
Poemas de José Carlos Becerra.
La Venta. (fragmentos).
Era de noche cuando el mar se borró de los rostros de los náufragos como una expresión sagrada. Era de noche cuando la espuma se alejó de la tierra como una palabra todavía no dicha por nadie.Era la nochey la tierra era el náufrago mayor entre todos aquellos hombres,todos aquéllos era la tierracomo un artificio de las aguas.
Y ahora, en los sitios no determinados ya por la razón,en la plaza interior de la Plaza Pública,la brisa parece procrear ese lejano olorde animales y prisioneros flechados o ya dispuestos en las lanzaso conducidos a la presencia de la mano que ordena y señala, sostenida por sus anillos y pulseras,desde los sitios básicos del poder: necesidad y crimen.
Jugó la selva con el mar como un cachorro con su madre,bostezó el día entre los senos de la noche,en su acción de posarse buscó alimento la palabra,sonó el acto en su propio vacíocomo una dolorosa constancia de fuerza que el sueño del hombre no pudo medir.
Ahora juega la tarde un momento con los islotes de jacintos antes de abandonarlosy el aire es todavía un venado asustado. El sol es una mirada que se va devorando a sí misma,todo jadea de un sitio a otroy la hojarasca cruje en el corazón de aquel que al caminar la va pisando.
Herid la verdad, buscad en vuestra saliva la causa de aquél y de este silencio,pulid esta soberbia con vuestros propios dientes;de nuevo la lanza en la mano del joven,de nuevo la arcilla bajo la instrucción de la mano volviéndose al sueño y al uso del sueño,de nuevo la escultura bebiéndose el alma,de nuevo la doncella acariciada por la mano del anciano sacerdote,de nuevo las frases de triunfo en los labios del vencedory en su voz el estremecimiento de su codicia y sobre sus hombros el manto de su raza.
Pero ya nada responde.La selva transcurre vendada de lluvia,todo yace enterrado en las grandes cabezas de piedra,todo yace ubicado en el ciego peso de la piedra;
en ese rostro congestionado de feroz ironía, en el fondo de ese rostrode donde parece surgir, igual que una burbuja de aire de otro que respira allá dentro,esa sonrisa que sube a viajar quién sabe hacia dóndeentre el negror de los labios…
Pero todo está detenido,todo está detenido entre el vaho poderoso del pantanoy las cabezas de piedra de los hombres y dioses abandonados.Pero nada está detenido,todo está deslizándose entre el vaho poderoso del pantanoy las cabezas de piedra de los hombres y dioses abandonados.Ciudad desordenada por la selva;la serpiente rodeando su ración de muerte nocturna,el paso del jaguar sobre la hojarasca,el crujido, el temblor, el animal manchado por la muerte,la angustia del mono cuyo grito se petrifica en nuestro corazóncomo una turbia estatua que ya no habrá de abandonarnos nunca.
Nada descansa pero todo duerme; lo que se pudre, inventa.Esta doncella aún no concedida al placer,aquellos ojos seniles que ruedan en su propia fijeza, a semejanza de un desterrado de sus recuerdos;los consejeros del rey, los vencedores del tiburón,los que sujetando al vencido con una soga al cuello, posaron sentados bajo el friso de los altares de piedra,asentando sus cuerpos rechonchos en el interior de una concha de poder.
Mirad las cabezas de piedra bajo la lluvia o bajo el hacha deslumbrante del sol como un verdugo embozado en oro.Mirad los rostros de piedra en el campamento de la noche,en la descomposición de la gloria, en la soledad de la primera pregunta y en su retorno después de la segunda.Mirad las cabezas de piedra,máscaras que ocultan su clave divina, su organismo atajado por el silencio.Mirad los rostros de piedra junto a la boca impía del pantano.
Éste es el rostro, éste es el cuerpo,la carne que se hizo piedra para que la piedra tuviera un espejo de carne.Animada por un soplo de piedra, la imagen de la piedra le dio nuevo peso a la carne;y ahí se oye el peso de otro silencio y el peso de otra imagen en la actitud inmóvil del caimán;aquí está la piedra despuntando en la carne,aquí está la muerte eructando la piedra mientras hace la digestión de la imagen.La piedra, la piedra, la piedra, la piedra siempre agazapadaal final de todos los gestos de la carne del hombre.
Lluevey la lluvia es el mito sangrante y blanco de todos los dioses muertos.El agua escurre sobre las negras cabezas como una palabra perdida de lo que dice,y después de la lluvialos pájaros caminan otra vez por el cielo como vigías olvidados,mientras se abren las puertas del amanecercon un rechinar de goznes enmohecidos.
Se abre la noche como un gran libro sobre el mar.Esta nochelas olas frotan suavemente su lomo contra la playaigual que una manada de bestias todavía puras.
Se abre la noche como un gran libro ilegible sobre la selva.Los hombres muertos caminan esparcidos en los hombres vivos,los hombres vivos sueñan apoyando las sienes en los hombres muertosy el sueño contamina de piedra a sus imágenes.
Se abre la noche sobre ustedes, cabezas de piedra que duermen como una advertencia.
Se detiene la luna sobre el pantano,gimen los monos.
Allá, a lo lejos, el mar merodea en su destierro, esperando la horade su invencible tarea.
1.- Estudio.
La sandia pintada de prisa contaba siempre los escandalosos amaneceres, de mi señora la aurora.
Las piñas saludaban el medio día y la sed de grito amarillo se endulzaba en doradas melodías, las uvas eran gotas enormes de una tinta esencial, y en la penumbra de sus vinos bíblicos, crecía suavemente su tacto de cristal.
¡ Estamos tan contentas de ser así ¡ dijeron las peras frias y cinceladas, las manzanas oyeron estrofas persas cuando vieron llegar a las granadas; las que usamos ropa interior de seda; dijo una soberbia guanábana.
Pareció de repente que los muebles crujían, pero ¡ si es mas el ruido que las nueces¡ dijeron los silenciosos chicozapotes, llenos de cosas de mujeres, salían de sus eses redondas las naranjas.
Desde un cuchillo de obdisidiana, reia el sol la escena de las frutas.
Y la ventana abierta hacia entrar la montaña con los pequeños viajes de sus rutas.
2.-El canto del Usumacinta (Fragmentos).
De aquel hondo tumulto de rocas primitivas, abriéndose paso entre sombras incendiadas, arrancándose harapos de los gritos de nadie, huyendo de los altos desórdenes de abajo, con el cuchillo de la luz entre los dientes, y así sonriente y límpida, brotó el agua.
Y era la desnudez corriendo sola surgida de su clara multitud, que aflojó las amarras de sus piernas brillantes y en el primer remanso puso la cara azul.
El agua, con el agua a la cintura, dejaba a sus adioses nuevas piedras de olvido, y era como el rumor de una escultura que tapó con las manos sus aéreos oídos.
Agua de las primeras aguas, tan remota, que al recordarla tiemblan los helechos cuando la mano de la orilla frota la soledad de los antiguos trechos.
Y el agua crece y habla y participa. Sácala del torrente animador, tiempo que la tormenta fertiliza; el agua pide espacio agricultor.
Pudrió el tiempo los años que en las selvas pululan. Yo era un gran árbol tropical. En mi cabeza tuve pájaros, sobre mis piernas un jaguar.
Junto a mí tramaba la noche el complot de la soledad. Por mi estatura derrumbaba el cielo la casa grande de la tempestad.
En mí se han amado las fuerzas de origen: el fuego y el aire, la tierra y el mar. Y éste es el canto del Usumacinta que viene de muy allá y al que acompañan, desde hace siglos, dando la vida, el Lakantún y el Lakanjá. Ay, las hermosas palabras, que sí se van, que no se irán!
En una jornada de millones de años partió el gran río la serranía en dos. Y en remolinos de sombrío júbilo creó el festival de su frutal furor. Los manteles de su mesa son más anchos que el horizonte. Pedid, y no acabaréis. En el cielo de toda su noche, una alegría planetaria nos hace languidecer. Ésta es la parte del mundo en que el piso se sigue construyendo. Los que allí nacimos tenemos una idea propia de lo que es el alma y de lo que es el cuerpo. Se me vuelven tiendas de campo los pulmones, cuando pienso en este río tropical, y así en mi sangre se pudre la vida de tanto ser energía en soledad antigua o en presente caudal.
Cuando me llega el ruido de hachazos de la palabra Izankanak, me abunda el alma hasta salirme a los ojos y oigo el plumaje golpe de un águila herida por el huracán. Un mundo vegetal que trabaja cien horas diarias, me ha visto pasar en pos de la noche y del alba.
Mirando el río de aquellas tardes junté las manos para beberlo. Por mi garganta pasaba un ave, pasaba el cielo. Mirando el río di poca sombra: todo era mío. Todas pintadas, jamás extintas, son estas aguas, río de monos, Usumacinta. En tu grandeza con esplendores reconfortaste savia y tristeza. Te descubrí, y en ese instante tras un diamante solté un rubí. de asombro existo, preclara cosa sangre dichosa de haberte visto.
Robé a tu geografía su riqueza continua de solemne alegría. El que tumbe así el árbol de que estoy hecho va a encontrar tus rumores entre mi pecho. Y es un cantar a cántaros, y es la nube de pájaros y es tu lodo botánico. En las sombras históricas de tu destino cien ciudades murieron en tu camino. Atadas de pies y manos están esas ciudades. Entre una jauría de árboles desmanes se moduló la sílaba final de esas edades.
Los hombres de un tiempo del río la frente se hacían en talud; y el resplandor terrestre de sus avíos les dio una honda gracia de juventud. Sonreían con las manos como alguien que ha podido tocar la luz.
Eres el agua grande de mi tierra. La tremenda dinámica del ocio tropical. El hombre en ti es ahora la piedra que habla entre el reino animal y el reino vegetal. Por el hueco de un árbol podrido pasa el verde silencio del quetzal. Es una rama póstuma. Es la inocencia deslumbrante que nada tiene que declarar. La sapientísima serpiente, lo llevó un día sobre su frente cenital. ¿En dónde está mi corazón partido en dos por una flecha? La garza blanca vuela, vuela como una fecha sobre un campo de concentración.
3.- Cuatro cantos en mi tierra. (fragmentos)
Tabasco en sangre madura y en mi su poder sangró. Agua y tierra el sol se jura; y en nubarrón de espesura la joven tierra surgió.
Tus hidrógenos caminos a toda voz transité y en tu oxígeno silbé mis pulmones campesinos.
A puños sembré mi vida de tu fuerza vendaval que azúcar cañaveral espolvorea en la huida.
El tiempo total verdea y el espacio quema y brilla. El agua mete la quilla y de monte amar sondea.
Pedacería de espejo. La selva, encerrada, ulula. Casi por cada reflejo pájaro que se modula.
Más agua que tierra. Aguaje para prolongar la sed. La tierra vive a merced del agua que suba o baje.
Cuando la selva repasa su abecedario animal,relámpago vertebral de caoba a cedro pasa.
Flota de isletas fluviales varó en flor la soledad. Son de todo eternidad y de nada temporales.
El mediodía tajado de algún fruto tropical tiene un sabor de cristal sonoramente mojado.
Hay en la noche un instante de vida, que si durara, húmeda la muerte alzara cual un terrible diamante.
Y a veces en la ribera es tan fina la mañana que la sonrisa primera todo el día nos hermana.
Tiempo de Tabasco; en hondo suspiro te gozo así. Contigo, cerca de mí, tiempo de morir escondo.
Arde en Tabasco la vida de tal suerte, que la muerte vive por morir hendida, de un gran hachazo de vida que da, sin querer, la suerte.
El agua es laguna o río. Un espejo se quebró.
Por todos lados miró la desnudez del estío.
Con el agua a la rodilla vive Tabasco. Así dama de abril a octubre la flama que hace callar toda arcilla.
Si por boca de la selva largó la verdad su grito, miente el silencio infinito del agua que el agua envuelva.
Llueve lejos, por la sierra. Llueve a tambor y clarín. Toro del agua, festín corre por toda la tierra.
Joven terrón cuaternario, por tu cuerpo de aluvión sangra el verde corazón de tu enorme pecho agrario.
Lo que muere y lo que vive junto al agua vive y muere. Si en lluvia el cielo así quiere moje su noche en aljibe.
Más agua que tierra. Aguaje para prolongar la sed. La tierra vive a merced del agua que suba o baje.
Brillan los laguneríos; en la tarde tropical actitud de garza real torna el aire de los ríos
La noche en lluvia y batracio retiñe el nocturno verde y al otro día se muerde verde el verde del espacio.
Agua de Tabasco vengo y agua de Tabasco voy. De agua hermosa es mi abolengo;
y es por eso que aquí estoy dichoso con lo que tengo.
4.- Fragmento.
El pueblo olvidado, pagina en blanco; nacimiento y muerte
Y son tantas las flores que tiene el pueblo entre sus manos,
Que el pasado, es, presente y futuro, en todos los colores del noviazgo.
5.- Segunda intención para una oda tropical (fragmentos).
LA SELVA, gran verdad con tanto engaño. Es una realidad empedernida. Todo es igual, se suicida la brújula. Se niega la entrada al sol. Flores y pájaros llevan en la garganta una penumbra que acontece en el alma de las cosas cuando el hombre... Integridad de un material esbelto. Lo verde está en el tiempo, en la textura de los estados de ánimo del bosque. Lo verde es un incendio que destruye las oportunidades de la aurora. Lo verde es la verdad, la deplorable verdad de tantos verdes, la conjura de la verde verdad que oculta el sueño, lo irresponsable del secreto oculto. El verde es un color hospitalario: en tanto más oscuro, más humano. En la lenta explosión del mediodía la luz hace del trópico un Sebastián sangrante. Entre la súplica de los atardeceres, el verde es tinta china, es la luz refugiada en lo más negro, edificada silenciosamente por la vegetación en libertad. Con las manos arrodilladas acato el primer paso de la Noche. Y en la humilde soberbia que da el cielo con la sabiduría en las estrellas, entro en la noche como nada limpio, en un claro del bosque, abandonado. Y aquí estoy con el timbre de otra voz que tuve cuando el viento fue mi cuerpo. Se siembra en mi garganta una semilla
Fragmentos de jaguar muerto de sed como una luz jamás amanecida. En tanta realidad el sueño crea la muerte de las cosas. Una noche huracán, el relámpago, jaguar instantáneo que saltó sobre el mundo, da luz y en la sombra del rugido se estremece el desorden de la selva.
El problema del bosque es exceso de vida. Ya no hay donde poner nada. Hay pequeñas libélulas azules que hacen de ciertas flores una lágrima. Las flores solidarias de los pájaros en el vuelo impalpable de la inmovilidad. Y hay olores que son gusanos transparentes con sonido.
Como nunca es de noche ni de día, el tiempo es medio tiempo. Hay voces que lo llaman a uno sin motivo. Voces parecidas a otras voces que uno escuchó siguiendo una lectura.
La tierra está debajo de la tierra y más abajo el tiempo que ignora a veces lo que está pasando. Abre una flor sin que lo sepa nadie y así, no existe el tiempo.
En la selva uno se pregunta: "¿Y yo qué carajos hago aquí si no hay adonde ir? Uno dice sí, para negarlo todo".
Sólo en ciegas parálisis, los hongos, intocables esculturas se solidarizan con los miguelángeles. En inmovilizados cuartos de hora se proyectan las grandes destrucciones. ¡Ay de los grandes árboles cuando el rayo volatiliza las torres de la atmósfera!
Yo recuerdo mis manos inútiles entre aquel verdor cósmico que piensa huir bajo el abismo hostil que a nada escucha. Lo animal se oculta pavorosamente y uno es vegetación desesperada. El venero es azul consigo mismo, el infinito azul de los orígenes, que morirán azules algún día. El bosque estremecido da la vida a tanto corazón de muerte palpitante. Y hay que empezar de nuevo la aventura enraizada y la guirnalda festival del aire.
Cuando después de siglos de enseñanza se derrumba una ceiba, el boquete de sol que se construye crea opiniones sobre la existencia. Tanta sabiduría a la intemperie es una inmensa desnudez de sangre. En medio de la selva se habla con la mirada a media voz.
Uno quisiera collares musicales, flor en los ojos, fruta abierta nasal, cierto sabor de olvido del pantano y lo mucho y lo poco tan desconocido. El gran imperio de la clorofila resiste siglos milenarios con el ejemplo de ínclitos insectos. En tiempo de aguas, hábiles telarañas de perfumes languidecen el sueño de los árboles más viriles. Hay serpientes como joyas prohibidas que no se atreven a ofrecer manzanas a tanta y endiablada desnudez. Y a tanta soledad la habladuría de todos los idiomas de la noche. La noche que habla sola para olvidar el día. Y el día que no sabe de la noche más que el paso de rumores escondidos.
Lo que antes fuera religioso esfuerzo, laboratorio de manos floridas, habitación de sombras inalcanzables, rincón donde la luz nunca fue vista, pero sí adorada, cumbre piramidal, cielo a la mano de inteligencias húmedas de cielo; lugares predilectos de la Nada que a todo ha dado vida; alcobas en que el sueño está despierto sin que nadie lo vea; la piedra que tocó la noche antigua de las memorias inolvidables está asaltada por la selva, a los lados, adentro, por encima; la paciencia implacable que se pudre pero retoña y sigue retoñando. Lo que fue población de jeroglíficos, pavorosamente vacío. Muertos los constructores, recuperó la selva sus espacios, izando su victoria sobre ruinas.
Entre esos árboles me reconozco, yo, animador de íntimas catástrofes. Aquí el hombre desnudo se enfloró la cabeza con las plumas más lindas de los aires. En su pecho y sus pulsos,
los jades a la selva lo asociaban, y un cinturón con caída central ocultaba su sexo. La suntuosa elegancia de los mayas le dio a la selva un porvenir eterno. Desnudo y enjoyado, ese hombre nos asombra. El cielo de los números embelleció por justa la cuenta de sus días. Las ideas fueron esculpidas para congratularse con la aurora. Tabasco y el cacao: bebemos Xokol-ja, en todos los pueblos del planeta. Se desgranaba la sabiduría como una lluvia de luces antiguas entre los ojos de aquellos cerebros. El maya fue el grande hombre de la selva.
Un colibrí en la flor de su premura saquea en un instante la gota de un tesoro. La selva tiene su propio cielo movedizo: se pudre en ella la apoteosis de las más solitarias soledades. Lo verde que se pudre sin tristeza y hace el color que nunca se había visto.
En la seda desnuda de las aguas, dejó el tiempo una flor inolvidable. Palpita en mí, con su soberanía, el bosque, hijo del agua y de la luz. Creo que en cualquier parte del poema esto que estoy diciendo soy yo mismo. Yo, desollado, rejuvenecido, cada vez que los días dan la hora. De las raíces sube hasta mis ojos el vigor permanente de la ausencia.
Y en noches luminosas, la brisa huésped de la madrugada agita con la yema de sus dedos el verdeoro caudal de aquellas plumas, retoño volador del árbol muerto.
6.-Recinto (fragmentos).
Que se cierre esa puerta que no me deja estar a solas con tus besos. Que se cierre esa puerta por donde campos, sol y rosas quieren vernos. Esa puerta por donde la cal azul de los pilares entra a mirar como niños maliciosos la timidez de nuestras dos caricias que no se dan porque la puerta, abierta...
Por razones serenas pasamos largo tiempo a puerta abierta. Y arriesgado es besarse y oprimirse las manos, ni siquiera mirarse demasiado, ni siquiera callar en buena lid...
Pero en la noche la puerta se echa encima de sí misma y se cierra tan ciega y claramente, que nos sentimos ya, tú y yo, en campo abierto escogiendo caricias como joyas ocultas en las noches con jardines puestos en las rodillas de los montes, pero solos, tú y yo.
La mórbida penumbra enlaza nuestros cuerpos y saquea mi ternura tesoro, la fuerza de mis brazos que te agobian tan dulcemente, el gran beso insaciable que se bebe a sí mismo y en su espacio redime lo pequeño de ilímites distancias...
Dichosa puerta que nos acompañas, cerrada, en nuestra dicha. Tu obstrucción es la liberación de estas dos cárceles; la escapatoria de las dos pisadas idénticas que saltan a la nube de la que se regresa en la mañana.
Yo acaricio el paisaje, oh adorada persona que oíste mis poemas y que ahora tu cabeza reclinas en mi brazo. Hornea el mediodía sus colores, labrados panes para el ojo que comulga con ruedas de molino. 10, 15, 20, 30, las parcelas opinan sobre el verde, sin agriarse; y los poblados, vida y ropa limpia sacan al sol. Caminos campesinos suben sin rumbo fijo, a holgar, al cerro.
El aire tiembla a nuestros pies. Yo tengo tu cabeza en mi pecho. Todo cuaja la transparencia enorme de un silencio panorámico, terso, apoyado en el pálido deliro de besar tus mejillas en silencio.
Vida, ten piedad de nuestra inmensa dicha. De este amor cuya órbita concilia la estatuaria fugaz de día y noche. Este amor cuyos juegos son desnudo espejo reflector de aguas intactas. Oh, persona sedienta que del brote de una mirada suspendiste el aire del poema, la música riachuelo que te ciñe del fino torso a los serenos ojos para robarse el fuego de tu cuerpo y entibiar las rodillas del remanso. Vida, ten piedad del amor en cuyo orden somos los capiteles coronados. Este amor que ascendimos y doblamos para ocultar lo oculto que ocultamos. Tenso viso de seda del horizonte labio de la ausencia, brilla. Salgo a mirar el valle y en un monte pongo los ojos donde tú a esas horas pasas junto a recuerdos y rocío
Tú eres más que mis ojos porque ves lo que en mis ojos llevo de tu vida. Y así camino ciego de mí mismo iluminado por mis ojos que arden con el fuego de ti.
Tú eres más que mi oído porque escuchas lo que en mi oído llevo de tu voz. Y así camino sordo de mí mismo lleno de las ternuras de tu acento. ¡La sola voz de ti!
Tú eres más que mi olfato porque hueles lo que mi olfato lleva de tu olor. Y así voy ignorando el propio aroma, emanando tus ámbitos perfumes, pronto huerto de ti.
Tú eres más que mi lengua porque gustas lo que en mi lengua llevo de ti sólo, y así voy insensible a mis sabores saboreando el deleite de los tuyos, sólo sabor de ti.
Tú eres más que mi tacto porque en mí tu caricia acaricias y desbordas. Y así toco en mi cuerpo la delicia de tus manos quemadas por las mías.
Yo solamente soy el vivo espejo de tus sentidos. La fidelidad del lago en la garganta del volcán.
Yo leía poemas y tú estabas tan cerca de mi voz que poesía era nuestra unidad y el verso apenas la pulsación remota de la carne. Yo leía poemas de tu amor y la belleza de los infinitos instantes, la imperante sutileza del tiempo coronado, las imágenes cogidas de camino con el aire de tu voz junto a mí, nos fueron envolviendo en la espiral de una indecible y alta y flor ternura en cuyas ondas últimas —primera—, tembló tu llanto humilde y silencioso y la pausa fue así. —¡Con qué dulzura besé tu rostro y te junté a mi pecho! Nunca mis labios fueron tan sumisos, nunca mi corazón fue más eterno, nunca mi vida fue más justa y clara. Y estuvimos así, sin una sola palabra que apedreara aquel silencio. Escuchando los dos la propia música cuya embriaguez domina sin un solo ademán que algo destruya, en una piedra excelsa de quietud cuya espaciosa solidez afirma el luminoso vuelo, las inmóviles quietudes que en las pausas del amor una lágrima sola cambia el cielo de los ojos del valle y una nube pone sordina al coro del paisaje y el alma va cayendo en el abismo del deleite sin fin.
Cuando vuelva a leerte esos poemas ¿me eclipsarás de nuevo con tu lágrima?
Ya nada tengo yo que sea mío: mi voz y mi silencio son ya tuyos y los dones sutiles y la gloria de la resurreccion de la ceniza por las derrotas de otros días. La nube que me das en el agua de tu mano es la sed que he deseado en todo estío, la abrasadora desnudez de junio, el sueño que dejaba pensativas mis manos en la frente del horizonte... Gracias por los cielos de indiferencia y tierras de amargura que tanto y mucho fueron. Gracias por las desesperaciones, soledades. Ahora me gobiernas por las manos que saben oprimir las claras mías. Por la voz que me nombra con el nombre sin nombre... Por las ávidas miradas que el inefable modo sólo tienen. Al fin tengo tu voz por el acento de saber responder a quien me llama y me dice tu nombre mientras en los pinares se oye el viento y el sol quiere ser negro entre las ramas.
La primera tristeza ha llegado. Tus ojos fueron indiferentes a los míos. Tus manos no estrecharon mis manos. Yo te besé y tu rostro era la piedra seca de las alturas vírgenes. Tus labios encerraron en su prisión inútil mi primera amargura. En vano tu cabeza puse en mi hombro y en vano besé tus ojos. Eras el oasis cruel que envenenó sus aguas y enloqueció a la sed.
Y se fue levantando del horizonte una nube. Su tez morena voló a color. De nuevo fue oscureciendo el tono de los días de antes. Yo abandoné tu rostro y mis manos ausentaron las tuyas. Mi voz se hizo silencio. Era el silencio horrible de los frutos podridos. Oí que en mi garganta tropezó la derrota con las piedras fatales. Yo me cubrí los ojos para no ver mis lágrimas que huían hacia mí. Luego tú me besaste, dijiste algo. Yo oía llorar mis propias lágrimas en el primer silencio de la primer tristeza. El alma de ese día llegó de lejos —tu alma— y se quedó en mi pecho.
Ya no sé caminar sino hacia ti. La rosa de caminos de tu ausencia alerta en mí el aroma del retorno y la palabra oculta de su ciencia. Oigo mi nombre en ti, soy tu presencia.
Qué harás? ¿En qué momento tus ojos pensarán en mis caricias? ¿Y frente a cuáles cosas, de repente, dejarás, en silencio, una sonrisa? Y si en la calle hallas mi boca triste en otra gente, ¿la seguirás? ¿Qué harás si en los comercios —semejanzas— algo de mí encuentras? ¿Qué harás? ¿Y si en el campo un grupo de palmeras o un grupo de palomas o uno de figuras vieras?
¿Habrá en tu corazón el buen latido? ¿Cómo será el acento de tu paso? Tu carta trae el perfume predilecto. Yo la beso y la aspiro. En el rápido drama de un suspiro la alcoba se encamina hacia otro aspecto. ¿Qué harás?
Los versos tienen ya los ojos fijos. La actitud se prolonga. De las manos caen papel y lápiz. Infinito es el recuerdo. Se oyen en el campo las cosas de la noche. —Una vez te hallé en el tranvía y no me viste. —Atravesando un bosque ambos lloramos. —Hay dos sitios malditos en la ciudad. ¿Me diste tu dirección la noche del infierno? —...y yo creí morirme mirándote llorar. Yo soy... Y me sacude el viento. ¿Qué harás?
¿Dónde pondré el oído que no escuche mi propia voz llamarte? ¿Y dónde no escuchar este silencio que te aleja espaciosamente triste? Yo camino las horas presenciadas por los dos, en nosotros. Sé del fruto maduro de las voces en campos de septiembre. Sé de la noche esbelta y tan desnuda que nuestros cuerpos eran uno solo. Sé del silencio ante la gente oscura, de callar este amor que es de otro modo. Mientras llueve la ausencia yo liberto la esclavitud de carne y sola el alma cuelga en los aires su águila amorosa que las nubes pacíficas igualan.
Hoy que has vuelto, los dos hemos callado, y sólo nuestros ojos pensamientos alumbraron la dulce oscuridad de estar juntos y no decirse nada. Sólo las manos se estrecharon tanto como rompiendo el hierro de la ausencia. ¡Si una nube eclipsara nuestras vidas! Deja en mi corazón las voces nuevas, el asalto clarísimo, presente, de tu persona sobre los paisajes que hay en mí para el aire de tu vida.
Amor, toma mi vida, pues soy tuyo desde ayer más que ayer y más que siempre, La voz tendida hacia tus voces mueve los instantes de flor a hacerse fruto. Ya el aire nuevo su cantar se puso, ya caminos por ágil intemperie con la desnuda invitación nos tiende las manos del encuentro que ambas juro. Amor, toma mi vida y dame el ansia tuya, de ti y eterna; ven y cambia mi voz que pasa, en corazón sin tiempo. Manos de ayer, de hoy y de mañana libren a la cadena de los sueños de herrumbre realidad que, mucha, mata.
Poemas de José Carlos Becerra.
La Venta. (fragmentos).
Era de noche cuando el mar se borró de los rostros de los náufragos como una expresión sagrada. Era de noche cuando la espuma se alejó de la tierra como una palabra todavía no dicha por nadie.Era la nochey la tierra era el náufrago mayor entre todos aquellos hombres,todos aquéllos era la tierracomo un artificio de las aguas.
Y ahora, en los sitios no determinados ya por la razón,en la plaza interior de la Plaza Pública,la brisa parece procrear ese lejano olorde animales y prisioneros flechados o ya dispuestos en las lanzaso conducidos a la presencia de la mano que ordena y señala, sostenida por sus anillos y pulseras,desde los sitios básicos del poder: necesidad y crimen.
Jugó la selva con el mar como un cachorro con su madre,bostezó el día entre los senos de la noche,en su acción de posarse buscó alimento la palabra,sonó el acto en su propio vacíocomo una dolorosa constancia de fuerza que el sueño del hombre no pudo medir.
Ahora juega la tarde un momento con los islotes de jacintos antes de abandonarlosy el aire es todavía un venado asustado. El sol es una mirada que se va devorando a sí misma,todo jadea de un sitio a otroy la hojarasca cruje en el corazón de aquel que al caminar la va pisando.
Herid la verdad, buscad en vuestra saliva la causa de aquél y de este silencio,pulid esta soberbia con vuestros propios dientes;de nuevo la lanza en la mano del joven,de nuevo la arcilla bajo la instrucción de la mano volviéndose al sueño y al uso del sueño,de nuevo la escultura bebiéndose el alma,de nuevo la doncella acariciada por la mano del anciano sacerdote,de nuevo las frases de triunfo en los labios del vencedory en su voz el estremecimiento de su codicia y sobre sus hombros el manto de su raza.
Pero ya nada responde.La selva transcurre vendada de lluvia,todo yace enterrado en las grandes cabezas de piedra,todo yace ubicado en el ciego peso de la piedra;
en ese rostro congestionado de feroz ironía, en el fondo de ese rostrode donde parece surgir, igual que una burbuja de aire de otro que respira allá dentro,esa sonrisa que sube a viajar quién sabe hacia dóndeentre el negror de los labios…
Pero todo está detenido,todo está detenido entre el vaho poderoso del pantanoy las cabezas de piedra de los hombres y dioses abandonados.Pero nada está detenido,todo está deslizándose entre el vaho poderoso del pantanoy las cabezas de piedra de los hombres y dioses abandonados.Ciudad desordenada por la selva;la serpiente rodeando su ración de muerte nocturna,el paso del jaguar sobre la hojarasca,el crujido, el temblor, el animal manchado por la muerte,la angustia del mono cuyo grito se petrifica en nuestro corazóncomo una turbia estatua que ya no habrá de abandonarnos nunca.
Nada descansa pero todo duerme; lo que se pudre, inventa.Esta doncella aún no concedida al placer,aquellos ojos seniles que ruedan en su propia fijeza, a semejanza de un desterrado de sus recuerdos;los consejeros del rey, los vencedores del tiburón,los que sujetando al vencido con una soga al cuello, posaron sentados bajo el friso de los altares de piedra,asentando sus cuerpos rechonchos en el interior de una concha de poder.
Mirad las cabezas de piedra bajo la lluvia o bajo el hacha deslumbrante del sol como un verdugo embozado en oro.Mirad los rostros de piedra en el campamento de la noche,en la descomposición de la gloria, en la soledad de la primera pregunta y en su retorno después de la segunda.Mirad las cabezas de piedra,máscaras que ocultan su clave divina, su organismo atajado por el silencio.Mirad los rostros de piedra junto a la boca impía del pantano.
Éste es el rostro, éste es el cuerpo,la carne que se hizo piedra para que la piedra tuviera un espejo de carne.Animada por un soplo de piedra, la imagen de la piedra le dio nuevo peso a la carne;y ahí se oye el peso de otro silencio y el peso de otra imagen en la actitud inmóvil del caimán;aquí está la piedra despuntando en la carne,aquí está la muerte eructando la piedra mientras hace la digestión de la imagen.La piedra, la piedra, la piedra, la piedra siempre agazapadaal final de todos los gestos de la carne del hombre.
Lluevey la lluvia es el mito sangrante y blanco de todos los dioses muertos.El agua escurre sobre las negras cabezas como una palabra perdida de lo que dice,y después de la lluvialos pájaros caminan otra vez por el cielo como vigías olvidados,mientras se abren las puertas del amanecercon un rechinar de goznes enmohecidos.
Se abre la noche como un gran libro sobre el mar.Esta nochelas olas frotan suavemente su lomo contra la playaigual que una manada de bestias todavía puras.
Se abre la noche como un gran libro ilegible sobre la selva.Los hombres muertos caminan esparcidos en los hombres vivos,los hombres vivos sueñan apoyando las sienes en los hombres muertosy el sueño contamina de piedra a sus imágenes.
Se abre la noche sobre ustedes, cabezas de piedra que duermen como una advertencia.
Se detiene la luna sobre el pantano,gimen los monos.
Allá, a lo lejos, el mar merodea en su destierro, esperando la horade su invencible tarea.